Me conecto a Zoom y al otro lado ya está Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) con una sonrisa. Nos salúdanos y me pone al día sobre la situación de la pandemia en Argentina. Mientras tanto, yo recuento sus principales logros. En 2007 fue nombrado uno de los 39 mejores jóvenes escritores latinoamericanos por el Hay Festival de Bogotá. Su novela Una noche con Sabrina Love (1998) recibió el Premio Clarín en 1998 y La uruguaya (20016) ganó el premio Tigre Juan en 2017. Además, ha publicado libros de cuentos, de poesía, de no ficción. La primera pregunta resulta evidente.
¿Cómo haces para cambiar de registros? ¿Te cuesta, te metes de lleno en un género o vas escribiendo en paralelo?
El paso de un género a otro no lo controlo. Lo veo como escape. Me pongo a escribir poesía porque estoy esquivando la sensación de tener que escribir una novela, por ejemplo. Ahora además compongo música, entonces me escapo de la literatura hacia la música y todo el tiempo estoy escribiendo lo que no debería estar escribiendo.
Busco las historias y de pronto un deseo de decir algo encuentra una habilidad, una herramienta o una serie de acordes y se manifiesta. Pero a veces he empezado cuentos largos que terminan siendo novelas cortas o novelas cortas que terminan siendo un cuento. Es decir, la historia es la que dicta el género. Para hacerlo hay que estar horas probando. Ensayar y fallar. También hay mucho de juego.
Cuéntame un poco de tus inicios en la literatura.
Intenté hacer canciones a los diecisiete años y fallé estrepitosamente porque me faltaba información musical. Pero sí me permitió escribir letras que se volvieron poemas y la parte musical fue quedando de lado durante más de veinte años. Escribí con mis contradicciones, con mi incertidumbre. Los poemas se hicieron cuentos, los cuentos se hicieron novelas. Creció el árbol de las palabras por así decirlo.
En paralelo, estaba intentando estudiar medicina y fracasé en eso también. Aproveché para leer. Y empecé a leer a Cortázar, los cuentos de Borges, empecé a leer mucha poesía. Fue un recorrido de descubrimiento personal y de búsqueda a tientas en la literatura. Un libro te llevaba a otro, modificando el rumbo. Lo lindo es perderse y encontrar su propia vía. Ese camino es hermoso.
Ya que hablamos de lecturas, ¿qué recomiendas leer?
Recomiendo a Guadalupe Nettel. Su novela El cuerpo en que nací (2011) y sus libros de cuentos El matrimonio de los peces rojos y Pétalos.
Como ahora estoy vinculado a músicos y a historietistas puedo sugerir a Jorge González. Ha sacado un libro que se llama Llamarada. También a Power Paola, una historietista colombiana. No solo hay que quedarnos con la literatura tradicional, sino que debemos entrar en todas sus ramificaciones.
Has publicado libros como El año del desierto (2005) o Salvatierra (2008), ¿por qué Pedro Mairal cuenta historias?
Sabes que he estado pensando justamente en eso anoche cuando estaba lavando los cacharros. En un momento me pareció escuchar un ruido atrás y me di vuelta para mirar. Por supuesto era la una de la madrugada y no podía haber nadie. Pero mi cerebro empezó a fabricar historias. Imaginó el peor escenario posible y cosas horrendas también.
Pensé que en cierta manera eso es una carga, o sea tengo una mente que me facilita muchas historias pero me vuelve paranoico. Entonces creo que escribo para sacarme de encima algunos destinos. Me digo que si sigo por este camino va ser una catástrofe y voy a terminar arruinado. Así que mejor lo escribo.
Cuento historias porque me hace bien, incluso cuando es una historia súper oscura. Me hace bien que eso salga de mí y se manifieste en palabras. Me ayuda a cortar, modificar y hasta a ordenar un poco el caos. Encuentro un orden en la literatura, un orden para todo este caos cotidiano que no entiendo.
Acabas de publicar Breves amores eternos (Destino, 2019). Pero antes de hablar de este libro, cuéntame qué es el amor para ti.
Son demasiadas cosas para meterlas en una sola palabra. En mis talleres, cuando hablamos de amor, lo llamo la bestia polimorfa porque es como una bestia de muchas formas. Cobra la forma conyugal, está el amor por los padres, por los hijos, el amor por los amigos, por los hermanos. Es muy complejo hablar del amor.
¿Todos tus cuentos integran este libro?
Sí. Está dividido en dos partes. El primero se llama “Breves amores eternos”. Ahí las historias demoraron, quedaron como quemando en la sangre mucho tiempo. Las comencé a escribir desde que cumplí cuarenta y tardé hasta el año pasado. Así que fueron apareciendo a lo largo de nueve años, más o menos. En sus páginas, la gente de pronto se enamora y cae bajo. Quizá por esa especie de súper poder que da una fuerza nueva. De pronto, los personajes se sienten deseados otra vez. Tienen una nueva vitalidad.
Luego la segunda parte es “Hoy temprano”, un libro de cuentos que yo había sacado en el 2001.
¿Cuáles son tus cuentos favoritos de este libro? A mí me atrapó “Hoy temprano”. Sobre todo por el manejo de los tiempos. Creo que es de los mejores logrados.
Yo los quiero a todos. Son como mis hijitos. No puedo decir que tenga uno favorito. Cuando alguien me señala un cuento que le gusta, coincido. Si alguien me señala algo que no les gusta, también coincido.
Por ejemplo, me dices lo de “Hoy temprano” y estoy de acuerdo. Más allá de mis torpezas, también quiero un cuento que se llama “El vieja de la profesora Belini”, que es sobre una profesora que consigue por fin ir a Grecia después de haberlo anhelado tanto. Otro que quiero mucho se llama ”Sally Méndez”.
Pareciera que tus historias tienen varios elementos autobiográficos. ¿Eso te trae problemas con los lectores?
Siempre uso unas cosas de mi vida pero también invento otras. Hay muchos personajes inventados. Trae problemas porque se los confunden conmigo. Entonces parece que yo soy ese tipo que está haciendo esas estupideces A veces ponen en Twitter frases de mis personajes y me las atribuyen. Y yo muchas veces no coincido moralmente con ellos. Claro invento personajes que son creíbles y la gente enseguida me imputa sus actos.
Yo trabajo con lo que llamo la periferia de la experiencia, es decir con lo que me pasó y también lo que no me pasó. Con lo que daría vergüenza que salga en Instagram. Yo uso ese vínculo con la vida personal y la rutina pero la llevo más lejos, la desdibujo un poco, la convierto en literatura. Otra forma de ver el mundo real.
¿El mundo real nos ha tenido en cuarentena? ¿Cómo has afrontado esta etapa?
Teniendo mucho cuidado, desde marzo no salimos con tanta libertad. Orienté todos mis talleres hacia lo digital. Grabo los seminarios a través de Zoom, es más fácil resolver los ejercicios. Estoy descubriendo un mundo con eso.
La cuarentena ha tenido aspectos positivos. Por ejemplo, estar con mis hijos mucho tiempo. Eso no lo había podido hacer. Antes tenía que salir a trabajar y ellos a la escuela. De no verlos en todo el día pasé a estar todo el tiempo con ellos. Es maravilloso.
También cocino mucho. Yo ya cocinaba, pero ahora ya soy el chef oficial de la casa y me encanta.
¿Qué proyectos vienen?
No he escrito ficción durante la pandemia, quizá porque lo que está sucediendo allá afuera es tan fuerte. Una especie de novela distópica que avanza a toda velocidad, con imágenes surrealistas y temibles. Entonces quizá no hay mucho para inventar. Pero si estoy escribiendo crónicas al respecto, cambios de conducta y cosas que pasan. Por ejemplo, escribí una para la UNAM, sobre la música en los balcones. En ese primer momento la gente salió a aplaudir a los médicos y luego se fue apagando de a poco.
Va a salir en noviembre una nueva versión de El Gran Surubí, mi novelita en soneto que apareció en 2013. Pero esta vez ilustrada por Pedro Strukelj. Él ha hecho unos dibujos maravillosos. También ando más metido en la música. Así que me mantengo ocupado.
La conversación va acabando. Nos despedimos y prometemos que la próxima vez que nos veamos, nos daremos un abrazo.
Por: Leyles Rubio León (@checherule)