«Los cronistas viajan para contar, para narrar historias, para convertir lugares en letras; yo, para defender lo que se contó y no se escuchó.»
Extraviado en un mar de contradicciones existenciales, un escritor busca su historia en medio de un laberinto de recuerdos enredados y borrosos, de breves reflexiones y angustiosos momentos, de persecuciones y sospechas. Paulatinamente se sumerge en el absurdo: entre la necesidad de saber quién es Borya y la tentación de convertirse en él, entre pretenderse libre y sentirse manipulado a distancia, entre libros y personajes de libros que le acechan.
Dos absurdos en la cara más desesperada del mundo: el escritor frustrado que viaja en búsqueda de libros jamás leídos; el desconocido que, desde una tierra desahuciada, suplica por teléfono que se le permita pagar una deuda. Entre delirios y accidentes, todo en esta novela luce como casualidad y puede dejar de serlo: juego de espejos donde los idiomas se mezclan, donde todos somos utilizados y sometidos por una causa inentendible, donde las urgencias del mundo sólo lo son si hay en torno a ellas un debate mediático. Sin cámaras no hay sangre. Sin reality show no hay realidad. Sin lector no hay obra.
Esta novela es un juego inteligente donde los motivos, a manera de matrioshka, se van descubriendo uno a uno, con un final inesperado.
«Los cronistas viajan para contar, para narrar historias, para convertir lugares en letras; yo, para defender lo que se contó y no se escuchó.»
Extraviado en un mar de contradicciones existenciales, un escritor busca su historia en medio de un laberinto de recuerdos enredados y borrosos, de breves reflexiones y angustiosos momentos, de persecuciones y sospechas. Paulatinamente se sumerge en el absurdo: entre la necesidad de saber quién es Borya y la tentación de convertirse en él, entre pretenderse libre y sentirse manipulado a distancia, entre libros y personajes de libros que le acechan.
Dos absurdos en la cara más desesperada del mundo: el escritor frustrado que viaja en búsqueda de libros jamás leídos; el desconocido que, desde una tierra desahuciada, suplica por teléfono que se le permita pagar una deuda. Entre delirios y accidentes, todo en esta novela luce como casualidad y puede dejar de serlo: juego de espejos donde los idiomas se mezclan, donde todos somos utilizados y sometidos por una causa inentendible, donde las urgencias del mundo sólo lo son si hay en torno a ellas un debate mediático. Sin cámaras no hay sangre. Sin reality show no hay realidad. Sin lector no hay obra.
Esta novela es un juego inteligente donde los motivos, a manera de matrioshka, se van descubriendo uno a uno, con un final inesperado.