Una magnífica obra que acerca al lector a la Arabia Saudí del siglo XXI.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington pusieron a Arabia Saudí en la picota. Como si de una botella de cava recién descorchada se tratara, salían a la superficie la falta de libertades y las violaciones de derechos humanos ignoradas durante años. Pero lo cierto es que pocos se han preocupado de acercarse a los saudíes de a pie para indagar qué hay de cierto en los tópicos que rodean al Reino del Desierto.
Esta magnífica obra acerca al lector a la Arabia Saudí de principios del siglo XXI. Es el país de Bin Laden, sí, pero también el de otros veinte millones de personas, la mayoría de las cuales se sintieron horrorizadas con sus acciones. Son los saudíes quienes destacan las contradicciones de un sistema que ha conjugado tradición y modernidad, con tantos éxitos como fracasos, y quienes tendrán que resolverlas si quieren evitar que, además de petróleo, su país exporte terroristas.
«Casas de adobe, calles de tierra. Daraiya es un laberinto fortificado en el que poco ha variado desde la Edad Media. Solo el silencio revela que el otrora bullicioso oasis hace tiempo que ha cedido su condición de capital saudí a la vecina Riad. Pero en el recinto amurallado de esta ciudad fantasma se hallan los palacios de los ancestros de los Al Saud, la familia que gobierna Arabia Saudí desde que el rey Abdelaziz, el León del Nachd, unificó sus territorios en 1932. Una veintena de kilómetros al oeste, Riad emerge como un paraíso de arquitectos: trazado moderno, amplias avenidas y rascacielos espectaculares en los que el único límite es la imaginación de sus diseñadores. Se trata de la tarjeta de presentación para los visitantes que llegan al reino. Y fue también mi introducción la primera vez que viajé a Arabia Saudí, en mayo de 1989. En los días siguientes, el choque de pasado y futuro, convertido en un estereotipo del país, se repitió una y otra vez ante mis ojos. Pero, sobre todo, comprobé la pervivencia de un sistema social y legal que parecía extraído de un antiguo pergamino y aplicado, sin adaptación alguna, al guion de una película futurista.»
Ángeles Espinosa
Una magnífica obra que acerca al lector a la Arabia Saudí del siglo XXI.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington pusieron a Arabia Saudí en la picota. Como si de una botella de cava recién descorchada se tratara, salían a la superficie la falta de libertades y las violaciones de derechos humanos ignoradas durante años. Pero lo cierto es que pocos se han preocupado de acercarse a los saudíes de a pie para indagar qué hay de cierto en los tópicos que rodean al Reino del Desierto.
Esta magnífica obra acerca al lector a la Arabia Saudí de principios del siglo XXI. Es el país de Bin Laden, sí, pero también el de otros veinte millones de personas, la mayoría de las cuales se sintieron horrorizadas con sus acciones. Son los saudíes quienes destacan las contradicciones de un sistema que ha conjugado tradición y modernidad, con tantos éxitos como fracasos, y quienes tendrán que resolverlas si quieren evitar que, además de petróleo, su país exporte terroristas.
«Casas de adobe, calles de tierra. Daraiya es un laberinto fortificado en el que poco ha variado desde la Edad Media. Solo el silencio revela que el otrora bullicioso oasis hace tiempo que ha cedido su condición de capital saudí a la vecina Riad. Pero en el recinto amurallado de esta ciudad fantasma se hallan los palacios de los ancestros de los Al Saud, la familia que gobierna Arabia Saudí desde que el rey Abdelaziz, el León del Nachd, unificó sus territorios en 1932. Una veintena de kilómetros al oeste, Riad emerge como un paraíso de arquitectos: trazado moderno, amplias avenidas y rascacielos espectaculares en los que el único límite es la imaginación de sus diseñadores. Se trata de la tarjeta de presentación para los visitantes que llegan al reino. Y fue también mi introducción la primera vez que viajé a Arabia Saudí, en mayo de 1989. En los días siguientes, el choque de pasado y futuro, convertido en un estereotipo del país, se repitió una y otra vez ante mis ojos. Pero, sobre todo, comprobé la pervivencia de un sistema social y legal que parecía extraído de un antiguo pergamino y aplicado, sin adaptación alguna, al guion de una película futurista.»
Ángeles Espinosa