Miles de jóvenes europeos volaron en 2011 a Malta con alguna compañía low cost. Uno de ellos fue Alberto Arce, pero en vez de disfrutar de las playas de la isla mediterránea o intimar con las vecinas suecas del hostal, prefirió subirse a un barco pesquero rumbo a Misrata y contar, en primera persona y sin apoyo de ningún medio de comunicaicón, la resitencia heróica de una ciudad asedidada por las tropas de élite de Gadafi.
En Misrata compartió ronquidos, morteros y cuscús com combatientes que dormían abrazados a sus Kaláshnikov; tomó el té bajo los olivos con generales armados de portátil e impresora; escuchó hip hop árabe con diseñadores que actualizaban el Facebook y el Twitter del movimiento revolucionario; y asistió a asambleas de jóvenes combatientes que habían abandonado sus universidades, talleres y fábricas para aprender a tomar una colina bajo el fuego enemigo. Este libro habla de los combatientes en el frente y de las rutinas de la retaguardia, pero también de la dificultad para captar todos los matices de una realidad compleja que a veces el periodista solo tiene tiempo de intuir.
Miles de jóvenes europeos volaron en 2011 a Malta con alguna compañía low cost. Uno de ellos fue Alberto Arce, pero en vez de disfrutar de las playas de la isla mediterránea o intimar con las vecinas suecas del hostal, prefirió subirse a un barco pesquero rumbo a Misrata y contar, en primera persona y sin apoyo de ningún medio de comunicaicón, la resitencia heróica de una ciudad asedidada por las tropas de élite de Gadafi.
En Misrata compartió ronquidos, morteros y cuscús com combatientes que dormían abrazados a sus Kaláshnikov; tomó el té bajo los olivos con generales armados de portátil e impresora; escuchó hip hop árabe con diseñadores que actualizaban el Facebook y el Twitter del movimiento revolucionario; y asistió a asambleas de jóvenes combatientes que habían abandonado sus universidades, talleres y fábricas para aprender a tomar una colina bajo el fuego enemigo. Este libro habla de los combatientes en el frente y de las rutinas de la retaguardia, pero también de la dificultad para captar todos los matices de una realidad compleja que a veces el periodista solo tiene tiempo de intuir.